jueves, 3 de octubre de 2013

Noche de miedo

Recuerdo una noche en unas maniobras.

Estábamos apiñados en el vivac, fuera llovía de muerte, hacía un frío de espanto y habíamos puesto a los novatos a hacer las imaginarias. 

Como estábamos relativamente secos, estábamos hasta bien. De repente, en medio de la noche, me despierta una sensación incómoda.

Una mano fría, arrugada y blanca me estaba agarrando la cara.

Acojonado, pensé rápido: o esto es un espíritu del campo de maniobras o es un gilipollas intentando quedarse conmigo. Así que, ni corto ni perezoso, decidí darle una lección que no olvidaría.

Lancé mi mano derecha como una cobra, con la misión de atizarle un guantazo a la mano criminal, sin pensar en las consecuencias de darle un golpe a una mano que tengo apoyada en la cara, todo hay que decirlo.

Al mover mi mano derecha noté varias cosas a un tiempo:

- Que no sentía mi mano derecha.
- Que mi mano obedecía al resto de mi brazo y abandonaba el lugar donde se encontraba.
- Que, al hacerlo, mi cara quedaba libre y le estaba metiendo un guantazo al que dormía a mi lado.
- Que el que estaba a mi lado era un cabo.
- Que más me valía retirar la mano y hacerme el dormido como nunca nadie se había hecho el dormido en toda la historia de las gloriosas banderas paracaidistas.

El cabo abofeteado se despertó sobresaltado, se incorporó, se removió en su sitio, masculló un "mecaguenmiputavida" y siguió durmiendo.

El resto de la noche no me moví ni para mear.

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