El sonido de aguas residuales goteando sobre el suelo que recorrían les acompañaba desde que habían descendido a aquel nivel. A oscuras, iluminados sólo por la tímida lámpara manchada de cagadas de moscas y los lúgubres reflejos en la humedad de los resbaladizos ladrillos de las paredes, se arrastraban, agazapados, entre los pasillos de aquel laberinto subterráneo.
- ¿Qué pone ahí? –el hombre de más edad, que avanzaba renqueando tras el joven aprendiz, señaló con la lámpara un sucio letrero en una bifurcación.
- ¿Eh? ¡Ah! Deja, que no veo… ¡maldita sea, la luz ha vuelto a caerse! Espera, acerca la luz… sí, es por aquí, vamos.
Sin esperar por el veterano, tomó la intersección, que descendía y se hundía aún más en la profundidad. Las aguas empozadas les llegaban ya por encima de las rodillas, y cada paso les costaba más avanzar, empujados por la corriente, más veloz por momentos, que les empujaba las corvas.
- Aquí, es aquí.
- ¿Seguro?
- ¡Claro que si, maldita sea! ¡He estado chequeando incidencias en estos pozos desde antes de que tú supieras siquiera lo que era un condenado ticket! Cierra el pico y dobla a la derecha.
- Vale, vale, como quieras.
Después de tomar la bifurcación los dos operarios técnicos llegaron a una vieja puerta metálica oxidada. Un par de escalones la mantenía fuera de las aguas sucias.
- Venga, abre y pasa. Tiene que haber un interruptor a la derecha.
- Si, claro, le doy a un interruptor aquí abajo y me mete un calambrazo que me deja temblando el turbante las próximas siete reencarnaciones. ¿Pero tú estás loco o qué?
- Que si, que no pasa nada. Aquí todo va tan mal que ni el agua transmite la corriente. ¡Podrías meter la lengua en un enchufe y no pasaría nada!
Tras abrir la puerta, después de forcejear y tirar de ella como del último Furby de la tienda, pasaron al hueco que había tras ella. A oscuras, el joven aprendiz tanteó la pared y dio, por fin, con el interruptor:
Clic
- No se enciende.
Cliclicliclicliclic
- ¿Qué haces? ¡Enciende la luz!
- ¡Ya lo intento, pero esto no rula! ¡Mira!
Cliclicliclicliclic
- ¡Serás mentecato! ¡La luz es esto! ¿Ves?
Clac
Con un chasquido eléctrico, las luces del techo parpadearon, perezosas, y por fin iluminaron un hueco que podía llamarse "habitación" sólo merced a que tenía una puerta que lo separaba del pasillo. Ratas, cucarachas y otras alimañas corrieron a ocultarse bajo los centenares de tuberías y cables que colgaban del techo y las paredes, restos de años de parches y reparaciones a base de cinta aislante, chicle usado y alambre enrollado.
- Hum… debo haberme equivocado, esto no es lo del tratamiento de documentos… ¿Qué has estado tocando?
- ¡Nada, lo juro! La cosa ésta, el interruptor de aquí…
- ¿Y cómo estaba antes de tocarlo? ¿Arriba o abajo?
- Eh… ¿y si te digo que no lo sé? No me acuerdo…
- ¡Mierda! Bueno, nosotros nos vamos, encontramos lo de los documentos esos, y miramos de arreglarlo. Si has dejado esto encendido, nadie se dará cuenta, sólo habrá fallado con cada clic y se liarán a pasar tickets como si no hubiera mañana, y nos hacemos los locos. Total, ya está arreglado. Y si lo has dejado apagado, ya protestará alguien, venimos, hacemos un clic y cerramos el ticket.
- Vale, me parece bien. ¿Sabemos lo que es esto?
- Yo no tengo ni idea, y tú tampoco. Vámonos.
La curiosa pareja se alejó de la habitación, después de haber apagado las luces y cerrado la puerta tras de ellos. Poco a poco, los tubos y cables dejaron de zumbar y temblar, apagándose y quedando tan callados como el letrero indicador del pasillo que quedó a sus espaldas cuando giraron a la izquierda en busca del centro gestor de documentos.