jueves, 24 de abril de 2014

Los informáticos

El sonido de aguas residuales goteando sobre el suelo que recorrían les acompañaba desde que habían descendido a aquel nivel. A oscuras, iluminados sólo por la tímida lámpara manchada de cagadas de moscas y los lúgubres reflejos en la humedad de los resbaladizos ladrillos de las paredes, se arrastraban, agazapados, entre los pasillos de aquel laberinto subterráneo.

 

- ¿Qué pone ahí? –el hombre de más edad, que avanzaba renqueando tras el joven aprendiz, señaló con la lámpara un sucio letrero en una bifurcación.

- ¿Eh? ¡Ah! Deja, que no veo… ¡maldita sea, la luz ha vuelto a caerse! Espera, acerca la luz… sí, es por aquí, vamos.

 

Sin esperar por el veterano, tomó la intersección, que descendía y se hundía aún más en la profundidad. Las aguas empozadas les llegaban ya por encima de las rodillas, y cada paso les costaba más avanzar, empujados por la corriente, más veloz por momentos, que les empujaba las corvas.

 

- Aquí, es aquí.

- ¿Seguro?

- ¡Claro que si, maldita sea! ¡He estado chequeando incidencias en estos pozos desde antes de que tú supieras siquiera lo que era un condenado ticket! Cierra el pico y dobla a la derecha.

- Vale, vale, como quieras.

 

Después de tomar la bifurcación los dos operarios técnicos llegaron a una vieja puerta metálica oxidada. Un par de escalones la mantenía fuera de las aguas sucias.

 

- Venga, abre y pasa. Tiene que haber un interruptor a la derecha.

- Si, claro, le doy a un interruptor aquí abajo y me mete un calambrazo que me deja temblando el turbante las próximas siete reencarnaciones. ¿Pero tú estás loco o qué?

- Que si, que no pasa nada. Aquí todo va tan mal que ni el agua transmite la corriente. ¡Podrías meter la lengua en un enchufe y no pasaría nada!

 

Tras abrir la puerta, después de forcejear y tirar de ella como del último Furby de la tienda, pasaron al hueco que había tras ella. A oscuras, el joven aprendiz tanteó la pared y dio, por fin, con el interruptor:

 

Clic

 

- No se enciende.

 

Cliclicliclicliclic

 

- ¿Qué haces? ¡Enciende la luz!

- ¡Ya lo intento, pero esto no rula! ¡Mira!

 

Cliclicliclicliclic

 

- ¡Serás mentecato! ¡La luz es esto! ¿Ves?

 

Clac

 

Con un chasquido eléctrico, las luces del techo parpadearon, perezosas, y por fin iluminaron un hueco que podía llamarse "habitación" sólo merced a que tenía una puerta que lo separaba del pasillo. Ratas, cucarachas y otras alimañas corrieron a ocultarse bajo los centenares de tuberías y cables que colgaban del techo y las paredes, restos de años de parches y reparaciones a base de cinta aislante, chicle usado y alambre enrollado.

 

- Hum… debo haberme equivocado, esto no es lo del tratamiento de documentos… ¿Qué has estado tocando?

- ¡Nada, lo juro! La cosa ésta, el interruptor de aquí…

- ¿Y cómo estaba antes de tocarlo? ¿Arriba o abajo?

- Eh… ¿y si te digo que no lo sé? No me acuerdo…

- ¡Mierda! Bueno, nosotros nos vamos, encontramos lo de los documentos esos, y miramos de arreglarlo. Si has dejado esto encendido, nadie se dará cuenta, sólo habrá fallado con cada clic y se liarán a pasar tickets como si no hubiera mañana, y nos hacemos los locos. Total, ya está arreglado. Y si lo has dejado apagado, ya protestará alguien, venimos, hacemos un clic y cerramos el ticket.

- Vale, me parece bien. ¿Sabemos lo que es esto?

- Yo no tengo ni idea, y tú tampoco. Vámonos.

 

La curiosa pareja se alejó de la habitación, después de haber apagado las luces y cerrado la puerta tras de ellos. Poco a poco, los tubos y cables dejaron de zumbar y temblar, apagándose y quedando tan callados como el letrero indicador del pasillo que quedó a sus espaldas cuando giraron a la izquierda en busca del centro gestor de documentos.

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